martes, 6 de marzo de 2018

Carta a un joven atribulado

Presentamos a nuestros lectores una traducción de un intercambio epistolar entre un joven anónimo de gran fe y piedad y el Prof. Peter Kwasniewski, a quien nuestros lectores han tenido la fortuna de poder leer habitualmente en esta bitácora. El joven interlocutor enfrenta las dudas y conflictos que acompañan probablemente a toda persona cercana a la Misa tradicional en el mundo contemporáneo, donde por regla general resulta difícil encontrar comprensión y apoyo incluso de otros católicos de buena fe, pero habituados a la liturgia reformada, y hasta al interior de la propia familia. 

¿Es conveniente para un católico tradicional asistir a la Misa reformada en días que no son de precepto cuando no hay otra a su disposición? ¿Cuál ha de ser la postura de un católico tradicional ante los esfuerzos que iniciara Benedicto XVI en pos de una Reforma de la Reforma que dé más dignidad a la liturgia reformada y la acerque más a la tradición litúrgica de la Iglesia? Con sabiduría y prudencia, el Prof. Kwasniewski intenta orientar al joven en estas y otras interrogantes.

El artículo fue publicado originalmente en OnePeterFive. La traducción es de la Redacción.

 (Imagen: One Peter Five)

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Solución de problemas de adhesión en la liturgia

Peter Kwasniewski

Un adulto joven, de sólida fe y admirable piedad familiar, me envió una carta el verano pasado con ciertas preguntas y preocupaciones que, me parece, harán eco en muchos lectores de OnePeterFive. Voy a reproducir esa carta y, enseguida, mi respuesta (he suprimido los detalles que podrían permitir identificar al remitente).

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Querido Dr. Kwasniewski:

Quiero hacerle algunas preguntas sobre la tensión entre el usus antiquior y el usus recentior. Durante este verano no he tenido tantas oportunidades de asistir a la Misa antigua como en la universidad. Afortunadamente, hay una Misa tradicional en nuestra diócesis los domingos después de almuerzo, celebrada por diferentes sacerdotes que la conocen. Sin embargo, mi familia es fiel a nuestra parroquia que celebra, casi siempre de modo reverente, el Novus Ordo. He estado asistiendo casi todos los domingos a la Misa en la mañana con mi familia y, después de mediodía, a la Misa tradicional solo. Ir a ésta significa a menudo que no puedo compartir el almuerzo familiar. Mis padres no ponen objeción, pero a veces me doy cuenta de que eso les molesta. ¿Es egoísta querer asistir a la Misa tradicional en vez de estar con mi familia?

También he oído decir a muchos tradicionalistas que es mejor no asistir jamás a la Misa Novus Ordo a menos que se deba hacerlo. Por ejemplo, dicen que uno debiera dejar de ir a Misa los días de semana si sólo se celebra la forma ordinaria. No creo estar de acuerdo con esto, pero quisiera saber qué piensa usted, que asiste a ambas formas en la universidad. ¿No sería mejor ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa y comulgar todos los días, aunque no sea ofrecido del modo más reverente posible? ¿O es para Dios una ofensa que uno participe en Misas irreverentes? ¿Depende todo de cuán reverente sea la Misa Novus Ordo?

Finalmente, ¿qué piensa de la mentalidad “reforma de la reforma”? ¿Cree que el Novus Ordo debiera celebrarse siempre o que va a estar siempre con nosotros, por lo que debiéramos adherir a él y tratar de hacerlo lo más reverente posible? ¿O aspira usted a reformarlo para que sea lo más reverente posible al mismo tiempo que alienta a la gente a que se acerque cada vez más a la antigua Misa, de modo que ésta pueda algún día ser de nuevo la forma ordinaria o la única forma? Algunos amigos míos que lo han escuchado a usted o leído sus artículos me preguntan en qué posición está exactamente. Y por eso es que me pareció que tenía que preguntárselo antes de responderles.

Un afectuoso saludo,

            N.N.

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El Prof. Peter Kwasniewski
(Foto: Aurelio Porfiri)

Querido N.N.:

Con honradez y perspicacia ha puesto usted el dedo en la llaga de algunas de las más difíciles preguntas que hoy se hacen los católicos cultos. Y cuando digo “cultos” me refiero a los católicos que han estudiado y experimentado la gran distancia que separa a la situación aproblemada y pluralista de la Iglesia de hoy respecto de la claridad de su constante enseñanza doctrinal y del tesoro de su liturgia, que nos ha sido transmitido a través de los siglos. No hay respuestas fáciles porque estamos viviendo en un período de desarraigo, de amnesia, de confusión.

Recuerdo que, cuando tenía más o menos la misma edad de usted, pasé exactamente por igual situación. Yo crecí en una parroquia importante de Nueva Jersey, y descubrí documentos magisteriales como Mediator Dei y teólogos como Santo Tomás de Aquino que me hicieron ver cuán confundida estaba mi parroquia. Mis padres seguían asistiendo a ella, pero a partir de cierto momento, yo no pude seguir haciéndolo. Por lo cual comencé a ir a otras partes, asistiendo tanto a la Misa Novus Ordo como a la tradicional. Fue una situación muy tensa. No creo que mis padres me hayan entendido nunca cabalmente, a pesar de mis esfuerzos -quizá no muy exitosos, ahora que lo pienso- de explicarme. Pero usted es una persona más amable, más gentil y más inteligente que yo a la misma edad, y probablemente sus padres sean católicos más serios que los míos, por lo que usted podrá tener más éxito en sus esfuerzos de explicarles por qué ama la Misa antigua y desea asistir a ella. Me parece, además, una señal de humildad y de piedad filial el que siga asistiendo a Misa con ellos, quienes no podrían reprocharle, en realidad, ser usted antisocial o “elitista”.

Lo más importante es lo siguiente: jamás es egoísmo el querer alimentar la propia vida espiritual con el sustancioso alimento de la liturgia tradicional. Como siempre, se requiere tomar en cuenta las circunstancias. San Francisco de Sales dice que es preferible que una mujer cuide a sus hijos a que los desatienda por pasar más tiempo rezando en la iglesia. Pero, por otra parte, una mujer que sólo se preocupara de sus hijos y no se hiciera nunca tiempo para la oración personal terminaría siendo una mala madre y, posiblemente, una mala cristiana. Tenemos, pues, que tomar muy en serio las necesidades de nuestra alma, y creo que una vez que uno experimenta la belleza de la Misa antigua (y de todas las demás liturgias y devociones que la rodean), es casi imposible seguir subsistiendo con una dieta mezquina, con una papilla aguada. No se olvide que Benedicto XVI dijo a los obispos en su carta de 7 de julio de 2007 lo siguiente, refiriéndose al usus antiquior“También los jóvenes han descubierto esta forma litúrgica, han sentido su atractivo y han encontrado en ella un modo de encontrarse con el Misterio de la Sagrada Eucaristía que les resulta particularmente apropiado”.

¿Sería posible que sus padres aceptaran asistir a Misa con usted? Quizá ello los atraería a amar lo que usted ya ha llegado a amar.

En todo caso, hay otras preguntas, que usted ha formulado muy bien. ¿Cuándo y dónde trazar la línea? ¿Debiera uno ir diariamente a Misa, sin que importe cómo se la celebra? ¿Existe jamás alguna razón para no ir a Misa? ¿Podría existir algún motivo para dejar de asistir al Novus Ordo y simplemente asistir sólo al Vetus Ordo? Estos son temas prudenciales, pero podemos estar seguros de que una Misa que no se celebra correcta y reverentemente es una ofensa a Dios en aquellos aspectos en que resulta deficiente (después de todo, la liturgia está relacionada con la práctica de la virtud moral de la religión, por la que damos a Dios lo que en justicia le pertenece, y en esto podemos fallar de muchos e importantes modos). Además, semejante Misa nos es espiritualmente perjudicial en cuanto que nos forma mal. Y cuando nos distraemos o nos irritamos, nos preparamos muy mal para adorar a Dios y comulgar, cosas para las que se nos pide tener una disposición de viva fe y devoción.

Creo que podemos aprender algo de la tradición oriental, que habla de “días no litúrgicos”, es decir, días en que no se celebra la liturgia, a los cuales se refiere usando la analogía del ayuno: nuestro deseo del Santísimo Sacramento se intensifica mediante otras formas de oración. El sacrificio de la Misa es la joya principal de la corona, pero necesita estar puesta en una corona de oro, que es el Oficio Divino y nuestra oración personal. El Oficio Divino es también oración litúrgica, pero tiene la ventaja de ser algo que cualquier cristiano puede llevar a cabo, aunque sea solo o en un grupo pequeño. Cuando se reza Laudes o Prima en la mañana y Vísperas o Completas al atardecer, y cualquiera otra “hora menor” si se logra encontrar el momento para ello, se consagra al Señor el día de un modo muy semejante a cuando se asiste a Misa. El Oficio es parte del gran sacrificio de alabanza que Nuestro Señor, como Eterno y Sumo Sacerdote, ofrece a su Padre en el Espíritu Santo.  

También Joseph Ratzinger habló, más de una vez, de los beneficios de hacer “ayuno eucarístico” (véase el siguiente artículo que publicaré al respecto), diciendo que, en unos tiempos como los nuestros, demasiado inclinados a tomar la Eucaristía como algo obvio y reduciéndola a una rutina sin profunda hambre y sed de Dios, podemos beneficiarnos y reparar por otros no yendo a comulgar sino, en su lugar, practicando un acto de deseo, una comunión espiritual. Esto es un modo de entender positivamente los días sin Misa, ya sea porque no se puede encontrar una Misa compatible con el horario propio o porque, desgraciadamente, no se dispone de una Misa reverente.

En lo personal, para mí es muy difícil orar en la forma ordinaria por una serie de razones. Se me hace más fácil orar cuando puedo cantar el Propio y los cantos gregorianos con la schola, como ocurre en la universidad, porque entonces puedo entrar en el espíritu de la liturgia a través de esos cantos auténticos de nuestra tradición, que fueron “compuestos para orar”. Pero aun así es un desafío. Además, como usted sabe, en el usus antiquior el celebrante importa menos que en el usus recentior, en que se exhibe inevitablemente la personalidad del sacerdote, sobre todo por la postura versus populum y el requisito de que todo sea dicho en voz alta. Por tanto, quién sea el celebrante constituye una enorme diferencia en cuanto a si puedo o no asistir a una Misa Novus Ordo con provecho espiritual.

Estas son realidades que hay que tomar en cuenta. En modo alguno sería correcto forzar a alguien a ir a Misa diaria “porque sí”. No existe el “porque sí” en la vida espiritual: tenemos que estar conscientes de lo que hacemos, de cómo nos afecta y de cómo puede agradar o desagradar al Señor. La Misa no es un simple “método de distribución de la Comunión”, sino un acto de culto formal, estructurado, que consiste en oraciones, cantos, lecturas, ceremonias y gestos, encaminados a actos del alma tales como la adoración, la glorificación, la acción de gracias, la súplica y el arrepentimiento. No se trata simplemente de “estando presente Jesús, Dios se complace”: se trata de qué es lo que hacemos, qué estamos ofreciendo a Dios de nosotros mismos, y cómo, y por qué.

Cristo dio a los Apóstoles la Misa que llega a nosotros a través de una acumulación de tradiciones, por un camino que Él quiso que nos enriqueciera con la fe y la santidad de cada época de la Iglesia. Nada podría ser más falso que pensar que, con tal que la Eucaristía esté presente, la liturgia es indiferente. La Eucaristía está presente en una misa satánica, que es un acto supremamente sacrílego. Y está presente también en muchas Misas lícitas y válidas que, no obstante ello, son una ofensa a Dios y nos hacen daño precisamente por el modo como tratan (o dejan de tratar) la Presencia de Dios. La Eucaristía es el punto culminante, pero no quita su importancia a todo lo demás.

Lo que queremos es evitar dos extremos: el esnobismo litúrgico, para el cual nada es “suficientemente bueno”, porque de hecho nada que no sea la visión beatífica nos resultará perfectamente satisfactorio, aunque en sus mejores momentos la sagrada liturgia puede y debiera ser un anuncio del cielo. Por otro lado, debemos evitar una falsa humildad que pretende no advertir la diferencia entre lo que conviene y lo que no, entre lo bello y lo feo, lo noble y lo banal, lo reverente y lo irreverente; diferencias todas que tienen serias implicaciones para nuestra vida espiritual y para el ejercicio de las virtudes de la fe, la esperanza, la caridad y la religión. El primer extremo puede transformarse en un descontento duro y lleno de irritación, y el segundo, a un relativismo que debilita los esfuerzos, siempre necesarios, por mejorar la vida de nuestra Iglesia.

Si los grandes santos reformadores hubieran tenido la actitud de “está bien así, no más” o de “¿quién son yo para juzgar?”, jamás hubiera tenido lugar, a lo largo de los siglos, la renovación católica. Pero si hubieran sido demasiado impacientes o severos, habrían terminado en la desesperación. Como siempre, la virtud está en el medio, en la media o posición central, y como insiste Aristóteles en su Ética, encontrar el medio no es tarea fácil. Con todo, debemos siempre perseverar en su búsqueda.

Yo no me retraigo del esfuerzo por mejorar el Novus Ordo cuando se me lo pide, pero mi corazón y mi mente están firme y permanentemente del lado del clásico rito romano, que es nuestro patrimonio hereditario, nuestro tesoro, nuestra línea vital, nuestra piedra de toque y nuestra gloria como católicos romanos. Restablecer esta magnífica lex orandi y participar profundamente en ella es la meta que debiéramos proponernos, tanto para nuestro propio beneficio como para el de incontables hermanos nuestros en la fe que están deshidratados de lo divino, y tienen hambre de lo sagrado.

Oremus pro invicem.

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Actualización [13 de marzo de 2018]: La bitácora Wanderer ha publicado otra traducción de este artículo del Prof. Kwasniewski.

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